Informática, IA, robótica, computación cuántica, Blockchain, manufactura aditiva, biotecnología, IoT, Cloud, nanotecnología, vehículos autónomos y drones son sólo algunos de los ejemplos más conocidos de la denominada “tecnología exponencial”.
Aplicado de forma natural en la vida cotidiana y metódicamente en las ciencias, el pensamiento lineal es uno de los atributos característicos del ser humano. Básicamente, consiste en la capacidad de raciocinio que permite realizar acciones mentales de manera ordenada y progresiva, de forma tal que, por ejemplo, si un paso equivale a 1 m y la distancia total a recorrer es de 100 m, es posible deducir que bastarán 100 pasos para llegar a destino. Desde el descubrimiento de la rueda hasta la invención de la ciencia moderna, la civilización humana no hubiese sido posible sin el pensamiento lineal.
Ahora bien, a mediados de la década de 1960, Gordon Moore, cofundador de Intel, realizó una predicción sobre el ritmo de la revolución digital moderna que, con los años, pondría en jaque la lógica del pensamiento lineal. En una sentencia que pasó a la historia como la “Ley de Moore”, vaticinó que cada dos años se duplicaría el número de transistores en un microprocesador, al tiempo que su precio disminuiría a la mitad. En esto consiste, precisamente, la tecnología exponencial: es la innovación que, en lapsos cada vez más breves de tiempo, magnifica su potencial minimizando sus costos.
Vale decir que, mientras la lógica lineal avanza paso a paso (1; 2; 3; 4; 5…), la exponencial evoluciona dando saltos (1; 2; 4; 8; 16…), de manera que, para recorrer aquellos 100 m ya no hace falta dar 100 pasos sino sólo 8. Ciertamente, no es de sorprender que en 1997 el supercomputador más rápido del mundo, ASCI Red, tuviese una potencia de 1,3 teraflops y costara U$S 46 millones, mientras que, veinte años después, Microsoft sacaba a la venta, por U$S 499, su consola Xbox One X, con 6 teraflops de poder.
Aunque la tecnología exponencial parece desafiar la lógica del pensamiento humano, y de hecho es la primera vez que la tecnología se tiene a sí misma por objeto en un sentido gnoseológico, sus aportes son descollantes.
Energía, alimento, salud, seguridad, finanzas y educación son los primeros ámbitos de aplicación para una tecnología cuyo potencial marcará un quiebre en la historia de la humanidad.