La pequeña nación báltica comenzó su proceso de restauración en el año 1991, ante el desafío de superar la grave crisis legada por la URSS: una infraestructura obsoleta, una inflación astronómica y una democracia incipiente, sin Constitución ni sistema legal. Entonces, se decidió dar máxima prioridad a mejorar la competitividad del Estado, reducir los gastos públicos y elevar el nivel de vida de la población.
La propuesta fue invertir los escasos recursos disponibles en las tecnologías de la información y comunicación. En lugar de gastar en reparar baches de rutas o reconstruir edificios escolares, se creó un Estado democrático, moderno y eficiente, que impulsara a toda la sociedad a dar un decidido salto digital.
Las instituciones públicas se equiparon con computadoras y conexión a Internet. Los niños, alfabetizados en la era digital, llevaron sus habilidades a casa. Las familias, con esfuerzo, cambiaron sus prioridades: en lugar de una heladera nueva, aprendieron a invertir en una computadora con conexión a Internet. En pocos años, se operó un verdadero cambio de mentalidad.
Hacia el año 2002, Estonia lanza una capacitación masiva y entrega a los ciudadanos un documento de identidad con chip electrónico. A partir de ese momento, sólo los casamientos, divorcios y unas pocas operaciones inmobiliarias exigirán la presencia física; todos los demás trámites oficiales podrán hacerse vía Internet.
Actualmente, desde el ciberespacio es posible hacer prácticamente cualquier cosa en Estonia:
Evidentemente, las ventajas de vivir en una sociedad completamente digitalizada son innumerables. Gracias a su tecnología, Estonia ahorra el equivalente a un 2% del PIB anual en salarios y gastos. Curiosamente, los estonios están convencidos de que, si ellos han podido asumir su transformación digital, entonces cualquiera puede hacerlo. La Argentina ya se ha sumado a la larga lista de países que buscan seguir este elocuente testimonio.