A pesar de sus logros descollantes, esta tecnología enfrenta en nuestros días un gran reto: maximizar su eficacia para adaptarse a la nueva normalidad impuesta por el coronavirus.
El sistema de reconocimiento facial es una tecnología especialmente diseñada para identificar a una persona o comprobar su identidad aunque se encuentre en medio de una multitud. Mediante sensores que captan el rostro, se registran infinidad de datos como la distancia entre las cejas, el tamaño de la nariz, la forma de los ojos y el contorno de los labios. En cuestión de segundos, algoritmos de machine learning analizan estos datos creando imágenes biométricas bidimensionales o tridimensionales, según la complejidad del software, que constituyen la “huella facial” de cada persona. Por supuesto, no hay dos huellas idénticas.
Creado en Estados Unidos durante la década del 60 por uno de los padres de la Inteligencia Artificial, el sistema de reconocimiento facial sigue dando pasos gigantescos, sobre todo en materia de seguridad. Se calcula que, actualmente, su efectividad es unas 20.000 veces superior a la ofrecida por el tradicional método de las huellas dactilares. Además, su versatilidad y robustez son tan sobresalientes que la velocidad con que está siendo incorporada en los dispositivos móviles da cuenta de la excelente recepción que tiene entre los usuarios. Se trata de una tecnología cada vez más requerida por gobiernos, multinacionales, instituciones financieras, centros educativos, hospitales y aeropuertos.
Sin embargo, desde hace algunas semanas, los algoritmos detrás del reconocimiento facial se han encontrado con un desafío para el cual, definitivamente, no estaban entrenados: reconocer semblantes cubiertos con barbijo. Si bien es cierto que esta tecnología tiene márgenes muy amplios para identificar personas, aunque se dejen crecer el pelo, la barba, lleven gorra o anteojos de sol, nada hacía imaginar que, de un día para otro, los usuarios empezarían a ocultar hasta un 50% de su rostro. Por este motivo, las empresas del sector se han lanzado a una carrera frenética para ampliar sus bases de datos y someter a sus algoritmos a cursos acelerados de actualización biométrica.
Los cambios de comportamiento generados por el COVID-19 siguen poniendo en jaque otras tecnologías como ciertos sistemas de detección automática de fraude, cálculos de riesgo en el sector financiero y predicciones en la demanda comercial. Aunque al principio alarmen, es gracias a estos desafíos que la tecnología avanza.