Complejas por naturaleza, las “ciudades inteligentes” tienen la finalidad de dar respuesta a interrogantes muy diversOs como el aumento de la población mundial, la polarización del crecimiento económico y la disminución de los recursos disponibles.
Según la ONU, el número de habitantes de las ciudades del mundo alcanzará los 6.300 millones en 2050, de los 3.600 registrados en 2010. Esto significa que más de 2.500 millones de nuevos residentes aumentarán la nómina de demandas efectivas en energía, agua y saneamiento, transporte, vivienda y servicios públicos básicos. Además, estas necesidades deberán ser satisfechas en un contexto de escasez de recursos y emisiones contaminantes en donde los condicionantes básicos de viabilidad económica y sostenibilidad ambiental reducirán sensiblemente los niveles de libertad así como las posibilidades de producción, adquisición y distribución de bienes y servicios.
Frente a semejantes desafíos, las ciudades inteligentes, más conocidas como Smarts Cities, prometen ofrecer una mayor calidad de vida generando un menor impacto ambiental. De hecho, esa es su definición. Para lograrlo, la clave es recurrir a tecnología de punta como el Big Data, Internet de las Cosas, Industria 4.0, conectividad y aplicaciones móviles, entre muchos otros recursos. Nueva York, Londres y Tokio son sólo algunos de los mayores exponentes que ya elevan el estandarte de un nuevo paradigma urbano a nivel mundial, y que tarde o temprano también será enarbolado por muchas otras ciudades.
Entre los elementos más representativos de una ciudad inteligente cabe señalar:
Pese a que no existe un modelo único de ciudad inteligente, ya que cada una tiene necesidades, economías e infraestructuras diferentes, los objetivos no dejan de ser comunes. Debido a ello, lo mejor será que las ciudades trabajen, no de manera aislada sino conjunta, comprendiendo que los desafíos a resolver nunca se limitan a una región o un país, sino que se extienden por todo el planeta.